martes, 30 de octubre de 2007

Stardust, de Neil Gaiman (Norma Editorial)

Alejandro Serrano 23/10/2007 (FANTASYMUNDO)


Cuento para adultos que conserva la truculencia de la narración más propia de los mitos orales antiguos que de los edulcorados cuentos infantiles actuales, derivados en ocasiones de aquellos, lo que refuerza su sutil halo de realidad.


Esta es la historia de una promesa hecha desde el corazón, y de como éste puede impulsar a la voluntad a través de un tortuoso camino lleno de obstáculos. Es también la historia de como un muchacho que apenas se conoce a sí mismo y que no podría hacer otra cosa que escuchar a su corazón confundido y joven, promete a su amada traerle el más preciado de los tesoros sin valor de este mundo, una estrella caída del cielo, a cambio del premio más valioso, el amor. Tristan Thorn emprende un peligroso viaje desde el pueblo de Muro, de casas antiguas de piedra gris y tejados de negra pizarra, donde habita gente sencilla y trabajadora, dueña de sus silencios y pero esclava de sus palabras. Precisamente, un Muro separa a estas gentes del exterior, del Otro Lado, y la gente que habita el pueblo teme y a la vez prefiere ignorar lo que hay allí. Dos guardias protegen la única brecha abierta en la piedra, día y noche, para que nadie rompa el cerco, uno a cada lado de la abertura. La vigilancia tan solo flaquea una vez al año, el Primero de Mayo, cuando una peculiar feria se instala en el prado cercano.

Tristan ama a Victoria desde el más recóndito rincón de su corazón, y éste le dice que debe intentar conseguir su mano. Una noche de otoño, ambos caminan por las calles de Muro, cuando el muchacho cree llegada su hora, y con palabras dulces intenta seducir a Victoria. Le promete llenar su mundo de incontables maravillas, quererla siempre, amarla a pesar de todo, pero la joven no se conmueve. Entonces, para intentar socavar la voluntad de Tristan, le pide, le exige únicamente una cosa: la estrella que acaba de caer a lo lejos, asegurándole cualquier cosa que le pida, incluso su mano. Pero la voluntad de Tristan no es algo que pueda flaquear por cualquier cosa, y reclama, no exige, la mano de Victoria, ya que correrá tras la estrella y se la traerá sin dudarlo. Ambos se separan, uno lleno de esperanza, y la otra divertida y burlona.

El corazón de Tristan deberá superar la vigilancia del Muro, y acceder al Otro Lado, el mundo de Faerie, en busca de la única estrella que puede darle su Deseo. Su primer paso será la feria, llena de criaturas sorprendentes y mágicas y de personas de poder y maravilla. Tristan recorrerá un largo camino, y encontrará a la estrella, con forma de hermosa mujer, y aprenderá el verdadero significado de la vida de la mano del más inesperado instrumento.

Pero hay otras personas deseosas de atrapar a la estrella de Tristan, y la codician por otras razones digamos... menos honestas. Primus, Tertius y Séptimus, hijos del octogésimo primer señor de Stormhold, han de encontrar un topacio asido a una cadena, símbolo del poder del reino, que el propio señor, moribundo, lanzó al cielo. Éste señaló el lugar donde calló la estrella como el sitio donde también había reposado el topacio tras su increíble vuelo, y decretó que solo uno de los hermanos dispondría de la heredad y sería el Señor, quien lo recuperase y tuviese su sangre.

En Faerie, hay una mansión enorme habitada por tres misteriosas y nudosas mujeres, las Lilim, rodeadas de la belleza granítica de su morada. Pero poca belleza hay en ellas, marchitadas por el tiempo y las necesidades de su profesión, pues estas tres mujeres son brujas, y necesitan su vitalidad para conjurar su poder. Son capaces de rejuvenecer tras consumir una porción de corazón de estrella, pero apenas les queda ya... cuando descubren a la estrella de Tristan y su caída desde el cielo, la primera en doscientos años. Y la necesitan para rejuvenecer sus castigados cuerpos.

Stardust, publicado por Norma Cómics en su colección Brainstorming, es un peculiar cuento de hadas escrito por uno de los guionistas de cómic más famosos de la actualidad, Neil Gaiman, conocido sobre todo por el cómic Sandman, también metido a novelista de fantasía de éxito. No estamos ante la narración habitual de este tipo de cuentos, ya que rebosa ironía y sarcasmo en cada una de sus páginas, con un humor negro que en ocasiones hace reír y en otras torcer el gesto, según la escena. Neil Gaiman no ahorra en ningún momento muertes, amargos tragos o sorpresas desagradables, en un cuento con moraleja final y estructura infantil, pero con un desarrollo ciertamente adulto.

En ocasiones el planteamiento desconcierta y en otras resulta delicioso, y aunque la impresión general es buena, a veces uno se pierde fácilmente en un relato que peca en ciertos tramos de inconexo, confuso y de situaciones casuales poco creíbles, pero que engancha y seduce al lector desde la primera página por su humor y honestidad. Pese a la apariencia de irrealidad que impregna toda la historia, y al tinte fantástico que la caracteriza, con numerosas criaturas mágicas, personajes con carácter y situaciones hilarantes, Gaiman hace sobrevivir un fondo de realidad que resulta clave en el desarrollo de la trama y que posibilita al lector el mantenimiento de la ilusión creativa necesaria para el éxito de un libro del género. Al mismo tiempo, conserva la truculencia de la narración más propia de los mitos orales antiguos que de los edulcorados cuentos infantiles actuales, derivados en ocasiones de aquellos, lo que refuerza su sutil halo de realidad.

El personaje central, Tristan Thorn, evoluciona a lo largo de la historia, y logra conocerse a sí mismo hasta llegar al final de la moraleja. La narración fantástica se entrelaza con perlas existencialistas, que permiten a Gaiman hacer entrar en la cabeza de Tristan un poco de sentido común en su viaje iniciático y de descubrimiento personal. Una buena novela dirigida a un público concreto, por parte de un autor que sin duda domina el lenguaje con el que se escriben los sueños, pero que junta las palabras de un modo poco convencional y en ocasiones errático: vamos, como la vida misma.

La adaptación cinematográfica corre a cargo del director Matthew Vaughn, con guión suyo y de Jane Goldman, con un reparto de lujo, formado por Claire Danes, Charlie Cox, Sienna Miller, Peter O’Toole, Rupert Everett, Sarah Alexander, Kate Magowan, Ian McKellen (narrador), Michelle Pfeiffer y Robert De Niro, por nombrar a varios actores conocidos. La película mantiene mucho de la esencia de la novela y en mi opinión la supera ampliamente en cuanto a clímax visual y narrativo, resultando a la vez menos inconexa y aún más divertida. Mención especial merece el papel de un desconcertante Robert de Niro, que da vida al cazador de rayos Johannes Alberic, capitán del navío celeste Perdita, y que en la película resulta ser un estrambótico, esperpéntico y amanerado hombre que trata de ocultar sus gustos personales y artísticos de sus sufridos compañeros de tripulación. En el libro su protagonismo es exiguo, y su carácter muy diferente, pero en fin, ya conocemos las licencias que se toman en el mundo del cine. Ni que decir tiene que las escenas de De Niro resultan ser las más divertidas de la película, no apta para sus múltiples admiradores (que bajo ha caído este hombre, en el buen sentido esta vez). Muy recomendable también

domingo, 7 de octubre de 2007

La maldición del vampiro

Bram Stoker, autor de 'Drácula', dilapidó los dividendos que le devengó la novela y nada de lo que hizo luego mereció la pena

03.10.07 - MARTÍN OLMOS (ideal.es)

Bram Stoker se crió a base de sangrías y murió viendo vampiros, por lo que casi resulta natural que en la mitad del camino escribiese la novela 'Drácula'. El resto de su vida la vivió a la sombra de un comediante caprichoso y no dejó más obra de mención. Nació hace 160 años en la aldea de Clonfart, a un tiro de piedra de Dublín, y durante su infancia padeció tantas enfermedades que unas noches estaba en este mundo y otras más cerca del otro. Le tuvieron que enseñar las reglas profesores particulares porque estaba demasiado débil para caminar hasta una escuela.

Para confortarle, su padre le practicaba dolorosas sangrías con las que pretendía renovarle la 'cañería' y entretenía sus noches febriles con terroríficas historias gaélicas plagadas de 'dearg-dues', los tradicionales vampiros de las leyendas célticas, y de personajes como el traidor Murrogh O'Brien, que cuando fue decapitado en el condado de Limmerick, su amante se bebió su sangre porque no consideraba a la tierra digna de recibirla.

A pesar de todo, Stoker sanó y estudió matemáticas en el Trinity College, donde alternó con Oscar Wilde, que le presentó a Florence Balcombe, con la que se casó en 1878. Encontró empleo en la Administración y estiró las noches escribiendo relatos de terror hasta que el actor Henry Irving se cruzó en su camino. Irving era la sensación de la escena victoriana, una presencia imponente que estaba perfecto en el papel de Mefistófeles y de toda la caterva de villanos shakesperianos. Stoker se convirtió en su representante y administrador, oficio que incluía soportar su ego descomunal, atender sus caprichos y estar siempre dispuesto al elogio y a la servidumbre. Irving le dio mala vida pero le llevó a conocer el mundo de los liceos y de los salones; también el de las opieras y el de las casas de mala nota. En una de ellas, en París, pescó, la sífilis que con el tiempo le llevaría al otro barrio.

Un atracón de cangrejos

Una noche, después de un atracón de cangrejos que le produjo sueños febriles, vio en una pesadilla a una especie de rey de los vampiros que salía de su tumba en busca de sangre. Sobre esa imagen empezó a construir al Conde Drácula, basándose en el folclore pagano de los nosferatus rumanos y en la figura, que le sugirió el historiador húngaro Vámbery, del Príncipe Vlad de Valaquia, que combatió con ferocidad al turco en los Balcanes a mediados del siglo XV. Stoker no se inventó los cuentos de vampiros pero escribió la versión canónica. Hasta llegar a Drácula asomaron vampiros en la Grecia clásica, en el relato de Flegón sobre la novia Filinia; en el romanticismo alemán, en 'La esposa de Corinto' de Goethe y en los poemas de Bürger y Ossenfelder; en 'Justine', del Marqués de Sade; en 'El vampiro' del doctor Polidori, el extraño secretario de Lord Byron; en 'Camilla', de Sheridan LeFanú; en toda la novela gótica y en 'El Horla', de Maupassant, que también sucumbió a la sífilis. Sin embargo, Drácula unía a su linaje antiguo y salvaje la desenvoltura mundana de Henry Irving y el aire decadente de Franz Liszt, sin dejar de representar la maldad en estado puro. La novela se publicó en 1897 y los elogios de Oscar Wilde y Arthur Conan Doyle ayudaron a su difusión; sin embargo, Henry Irving apenas le echó un vistazo de rondón y no quiso ni oír hablar de interpretar al conde en la versión teatral. Stoker no administró con juicio los dividendos que le devengó 'Drácula' y nada de lo que escribió después mereció la pena. La muerte de Irving en 1909 le dejó sin empleo y se pasó sus últimos años coqueteando con sectas ocultistas de medio pelo y dándose al opio.

Locura

La muerte le alcanzó en 1912, en abril, en Londres, en una pensión de tres chelines y un jergón compartido con una familia de pulgas. La noche que murió, un vampiro le fue a visitar para atestiguar su agonía. Stoker, aterrorizado, le señaló y le delató llamándole «¿strigoi, strigoi!» (vampiro en rumano), pero el médico que le asistía concluyó que la sífilis le había vuelto orate.

El pobre Bram Stoker murió como Renfield, el loco de su novela al que nadie creía cuando anunciaba desde su celda del manicomio el advenimiento del vampiro, y no como Van Helsing, el campeón de la estaca. Y le regaló a la posteridad un fin dramático con el que dar que escribir.