martes, 20 de febrero de 2007

Edward Gorey y su obra macabra

Una obra tiernamente macabra
(artículo de Alvaro Velez)

Así es como podría definirse el trabajo de Edward St. John Gorey (Chicago, 1925-Yarmouth, 2000), uno de los dibujantes más inquietantes del siglo XX. Aunque su obra es de unos alcances de culto, nos es mucho más familiar la obra de Gorey a través de algunos de sus pocos confesados discípulos, como es el caso de Tim Burton quien, a través de una serie de películas –como Beetlejuice (1988), Edward Scissorhands (1990), Sleepy Hollow (1999), Corpe Bride (2005), entre otras–, a demostrado que guarda por Gorey una admiración y un profundo agradecimiento, por ser una de sus principales influencias dentro de su estética, que involucra lo macabro, con lo inocente, lo infantil con el horror, la melancolía con la inocente alegría, la oscuridad con la destellante luz del día. De hecho vale la pena asomar las narices en La melancólica muerte de Chico Ostra (Anagrama, 1999), la obra de Tim Burton que más influencia posee de las creaciones de Gorey.


La obra de Gorey, por sus características, es una de las más personales, originales e interesantes de la segunda mitad del siglo XX. En un principio, durante las década de los cuarenta, Gorey trabaja como ilustrador y diseñador de portadas de libros (algunas de las cuales eran para obras de Kierkegaard y Kafka), sin embargo en 1953 comienza a elaborar sus propios libros y ante la negativa de varios editores decide iniciar un proceso de auto publicación creando su propia editorial: Fantod Press. Por ser un autor inclasificable, sus obras no han encontrado el estante adecuado para ser exhibidas en las librerías –como en el caso de su libro The Loathsome Couple (La pareja repugnante), que narra e ilustra, en tono jocoso, la historia real de una descuidada pareja de infanticidas que dejan caer, en un autobús abarrotado de gente, fotos de sus delitos–. Es que la obra de Gorey raya con lo grotesco sin ser prohibido, con lo prohibido sin ser asqueante, con el asco sin causar repugnancia; no es un Mike Diana regocijándose con sucias blasfemias pornográficas, o un Robert Crumb sacando sus propios “trapitos al sol” acerca de sus perversiones sexuales. Gorey está más cerca de un sentido decimonónico de la vida, de una cierta melancolía por la existencia y es por eso que se presenta mucho más interesante. Sus ilustraciones, en su gran mayoría acompañadas de versos –las clásicas composiciones infantiles, tan comunes en autores como Lewis Carroll, como el limerick y el spell o el antiguo irlandés, el oed–, son piezas creadas en plumilla, en parte deudoras de los grabados románticos clásicos (como los de Gustave Doré), de las narraciones gráficas de principios de siglo XIX, como las aucas iberas y de las ilustraciones de la prensa y los folletines de la era victoriana y de la Inglaterra eduardiana. De esta forma Gorey compone las más inclasificables historias, dibujos y versos que nos hablan, por ejemplo, de The Gashlycrumb Tinies (Los pequeñines macabros), una pieza pedagógica y musical en donde Amy, Basil, Clara y otros niños esperan inconscientes un final funesto descrito en feroces versos: " A is for Ami who fell down the stairs ", " B is for Basil assauted by bears ". Las obras de Gorey exhalan un incesante aliento melancólico con en el caso del atascado novelista Clavius Frederic Earbrass, autor de The Unstrung Arp (El arpa sin encordar), residente en Colapsed Puddding y autor de títulos como “Un cubo de basura moral” y la trilogía “La profundidad del hipo” o el advenedizo ser de The Douft Guest (El invitado incierto), que se introduce en la vida de una familia burguesa y se comporta de manera extraña, escondiendo las toallas cuando se enfada o haciendo de cuña de las puertas cuando se deprime. Gorey es absurdo y extrañamente misterioso, vale la pena una ojeada a ese que él llama The Insect God (El dios insecto), un animalito inquietante y, aunque al parecer inofensivo, es de esas criaturas que uno no quisiera encontrarse en una pesadilla.

Edward Gorey, como el autor extraño, melancólico y romántico que fue cumplía a la perfección el paradigma del ermitaño moderno –quizás al mejor estilo de otro extraño del siglo XX: Bela Lugosi, homenajeado por Tim Burton en Ed Wood (1994)–. Aislado en su casa atestada de libros, gatos, objetos de extraña procedencia y muchos recuerdos olvidados por el tiempo, tele adicto y seguidor de Buffy la Cazavampiros, fabricando títeres para niños y estudiando la historia criminal de los Estados Unidos, Edward St. John Gorey ve bajar al dios insecto, que lo toma con sus delgadas extremidades y, con sus extrañas alas, se lo lleva volando al mundo de los muertos, ese mismo mundo con el que tanto estuvo fascinado.

Álvaro Vélez. Publicado por la Revista Universidad de Antioquia (edición 283, Medellín, ene-mar, 2006)
fuente: http://www.truchafrita.furtopia.org/articulo03.html

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